En el centro de la extensa vega que riega el río Duero, se encuentra la capital de la no menos extensa comarca de la ribereña: Aranda de Duero.
Repoblada en el siglo IX, el nombre de esta ciudad castellana aparece por primera vez en el Concilio de Husillos celebrado en el año 1088. Sin embargo tuvo ya poblaciones antiquísimas de cuyas lenguas toma su nombre, Aranda que significa precisamente «vega amplia» y del río el sobrenombre de Duero. Lugar de realengo, ya en el siglo XIII la villa había obtenido de Sancho IV y Pedro I el privilegio de su condición de realenga, condición a la que nunca quisieron renunciar los arandinos. De ello dieron pruebas cuando, durante la minoría de edad de Fernando IV, Diego López de Haro quiso hacerse con la villa. La torre de la iglesia de Santa María, levantada en el siglo XII como elemento defensivo de la población, es testigo de aquellas intrigas cortesanas.
Corte en el reinado de Enrique IV, en ella el arzobispo Alfonso Carrillo convocó un Concilio el año 1473, celebrado en la iglesia de San Juan. Leal la villa a la causa de la princesa Isabel pare la sucesión a la corona, es en esta época cuando, a finales del siglo XV, comienzos del XVI, se realizan, entre otras obras, la portada de la iglesia de Santa María, en la que lucen los escudos reales. En el centro de la extensa vega que riega el río Duero, se encuentra la capital de la no menos extensa comarca de la ribereña: Aranda de Duero.
La iglesia, de estilo gótico, construida en el siglo XV, conserva en su interior, entre otras obras de arte, un retablo del siglo XVII y un bellísimo púlpito renacentista, tallado por Miguel Espinosa y Juan de Cambray.
También gótica, aunque anterior a la de Santa María, es la iglesia de San Juan. Adorna su fachada una portada de arcos apuntados sostenidos por delicados capiteles, y una imagen posterior de San Juan Bautista. En la capilla de las Calderonas puede admirarse un retablo plateresco, con pinturas de un autor desconocido de principios del siglo XVI.